A principios de año tuve la descabellada idea de grabar unos temas propios, tocarlos bien, cantarlos bien, grabarlos bien, envolverlos de la mejor manera posible para mostrar lo que tengo dentro de mi cabeza, lo que me ocupa tantas horas entre instrumentos, palabras e ideas.
Escuché el bonito disco de María Doñita González, Puro sueño, y me puse en contacto con ella para decírselo y saber con quién lo había grabado. Me presentó a Rod Feijoo y le estaré eternamente agradecido por dirigir mi brújula en la dirección correcta.
Rod ha sido el compañero, músico y productor perfecto para esta cosa extraña de grabar canciones. Es él quien ha hecho que confiase en que podía quedar algo interesante y quien ha llevado más lejos de lo que creía a esas cosas sencillas que son las canciones escritas a mano con bolígrafos de tinta azul en libretas típicas cuadriculadas. Es un profesional con alma de artista, oídos abiertos para la música y dedos mágicos sobre las guitarras.
Fueron dos semanas intensas del mes de junio en Room 31 Studio. Ese estudio es una ventana abierta al universo musical. Un refugio donde las palabras tienen música y la música está llena de ideas. Donde un corazón tendido al sol encuentra la sombra necesaria de un árbol en flor.
Es curioso, como algo que apasiona tanto, puede hacer que sufra y disfrute a partes iguales. Las dudas siempre están y la perfección, aun sabiendo que no existe, siempre acaba convenciéndome para que la busque.
Con Rod ha sido todo agradable y fácil. No sé si podré agradecerle lo suficiente lo que supone esto para mí. Las canciones suenan bien, realmente bien.
Estas canciones son un pequeño paso para la humanidad, pero un gran salto para un hombre. Para un niño. Para mí.
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