(Ya sé que el título parece una canción de Love of Lesbian y supongo que Albert Camus lo tuvo más complicado para relatar los pasajes de La Peste).
Los miércoles de este verano los tenía apuntados en la agenda digital, recordada siempre por Instagram, los conciertos en la Plaza Porlier de Oviedo, la del viajero. Enclavepop.
No había ido a los anteriores conciertos por culpa de que el trabajo no me lo permitió pero hoy por los designios del calendario me pude acercar desde Gijón a ver a Alfredo González. Aparqué sin prisa y sin dar muchas vueltas. De la que bajaba me dio tiempo a echar un vistazo a los escaparates de las tiendas de música del centro y me encaminé hacia la plaza.
Mucha gente, con y sin mascarilla. De todas las edades, condiciones y procedencias. Siendo tan blanco como soy siempre me llama la atención la gente muy bronceada, como si fueran extraterrestres o lo fuese yo. Muchos perros, muchas terrazas llenas, cañas, claras, cubatas... el termómetro marcaba veinticuatro grados a las ocho menos diez de la tarde y soplaba algo de viento que permitía mantener puesta la chupa vaquera sin hacer un Camacho.
No sé si es el hotel NH, el que está al lado de Casa Fermín, en la calle del edificio histórico de la Universidad de Oviedo. A la altura del hotel confirmé que me encantan los vestidos largos y sueltos, aparentemente frescos, que en verano llevan las chicas. Sirviendo como prueba, la de la chica de unos treinta años, morena y bronceada que hablaba por teléfono móvil con un vestido verde esmeralda que le cerraba desde el cuello hasta los tobillos con una hilera de botones dorados en toda la parte delantera, rematando el look con unas Converse sin bota, de punta blanca y tela negra.
Ya en la plaza encontré acomodo en un banco de madera cercano a la terraza del bar El reloj de Porlier, un señor mayor con su mascarilla quirúrgica azul se sentó en el otro extremo del banco y vimos comenzar el concierto a las, casi puntuales, ocho de la tarde. Era una mezcla curiosa de público y gente. Algo menos de un centenar sentado en sillas de plástico situadas para ver el concierto de tal modo que pudieran mantener las distancias de seguridad, las mesas de la terraza del bar harían quizá otro medio centenar de personas, el resto de la plaza con transeúntes que iban o venían, algunos temporalmente se quedaban, bailaban, grababan o hacían fotos. Turistas y vecinos. Aprovechando el día libre, la tarde, el rato... pude ver un mini Spiderman sobre los hombros del que supongo que sería su padre, una mini flamenca con su vestido de lunares, gaviotas, una chica comiendo un plátano, un corredor (no tenía el nivel suficiente para ser clasificado como runner) con una camiseta del Real Oviedo de la pasada temporada, Pablo Lorenzana e Irma Collín con su supertatuaje en la espalda haciendo fotos para los periódicos... en el Palacio de Justicia que está justo detrás del escenario se abrió una de las ventanas que daban al espectáculo y pude adivinar a alguien limpiando el vidrio y el marco mientras Alfredo con la banda presentaban sus Afluentes.
Arriba del escenario parecían contentos y en forma. Sonaban bien, parecían bien hilvanados. Maestros costureros de canciones. Qué buenos temas tiene, su voz tan aparentemente frágil pero situada y afinada. Las voces de Silvia Quesada y Alfredo, las melodías del piano templadas por sus manos, los rasgueos y solos de guitarra de Rubén Bada, el pulso en el bajo de Javi Vallina y la destreza infalible e hipnótica de Wilón de Calle a la batería. Supongo que se juntarían las ganas de tocar y el tiempo sin poder hacerlo en una de sus casas ante público amigo y amigos músicos. Alfredo García y Vicho, Antón Ceballos, Cristina Gestido, Rod Feijoo o Pablo Moro... Homenaje y brindis al cielo para Roces.
El clima cambiaba, mi compañero de banco tras saludar a media plaza se acercó al escenario a sentarse a alguna de las sillas que habían quedado vacías pero que rápidamente se volvían a ocupar por los que aguardaban de pie. Este hombre parecía conocer las canciones y disfrutar pero lo que más me agrada de los conciertos en sitios públicos es cuando alguien que aparentemente no conoce al artista se para a disfrutar de la música, del espectáculo y por instantes llegan a conectar o al menos apreciar con respeto ese arte tan personalmente universal...
Referencias aparte a la cultura, a la sanidad pública pagada con aplausos y máscaras, recuerdos a Djokovic y a Villarejo. Pronto llegaron las nueve de la noche. Encararon las últimas canciones: El último taxi, Colisión de trailers y Hasta las manos.
Durante la última canción mis ojos se detuvieron en el árbol más cercano en el que estaban apoyados una pareja de unos treinta años morreándose y sobándose, de espaldas a mí una chica de pelo largo rubio, vestida con un mono largo azul oscuro de flores estampadas, pañuelo azul al cuello y cazadora vaquera anudada en la cintura apretujaba contra el árbol a un chico moreno alto, de pelo corto, con camisa blanca de cuadros azules y pantalones grises con bolsos laterales. Tres minutos de canción babosos para algunos, bailables para otros, tragos que brindaban y saludaban al escenario, aplausos para cargar las pilas de los músicos y de la humanidad (algún día se confirmará que los músicos también son humanos y no viven del aire por mucho que le canten).
Entre aplausos me subí el cuello de la cazadora vaquera y me levanté. Al irme hacia el coche me atravesó la sensación de haber asistido a una faena que procuraré retener en mi memoria.
- 11.08.2021 -
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