Odio madrugar y en vacaciones me resulta aún más innecesario pero junto con unos amigos decidimos que sería buena idea reunirnos en una casa rural apartada durante algo más de un fin de semana para ponernos al día y estar algo más tranquilos en nuestra propia burbuja.
Decidí convertirme en héroe por un tiempo limitado y me levanté a las seis de la mañana de un caluroso jueves de mediados de julio. Vinieron a buscarme en el Golf TDI negro de tres puertas de Miguel. Ulpi, Pedro, Pila Loco y el propio Miguel a los mandos.
Pedro había pasado todo el estado de alarma en Madrid, Pila en León y ahora estábamos rumbo a una casa rural que había reservado Ulpi en el entorno de Ribadesella o Llanes. Ni el mismo nos decía dónde estaba exactamente, no le dimos importancia.
Con mascarilla, apretados en el asiento de atrás, Pedro mide casi dos metros, Miguel y Pila cerca de metro noventa y los dos más pequeñitos nos tratamos de amoldar en el hueco sobrante. Ventanillas bajadas un rato, subidas al rato cuando alguien se quejaba por el aire y vuelta a bajarlas cuando otro o el mismo se quejaba del aire acondicionado y de la falta de aire a la vez.
El plan inicial era hacer alguna ruta por la montaña, ir a la playa y poco más. Amigos, charlas y ligero ejercicio para desentumecer músculos y huesos después de tanto tiempo en nuestros pisitos. Al menos eso creía porque a medio camino nos empieza a hablar Ulpi de una amiga con la que había vuelto a hablar después de hace años y que si antes no y que ahora tal vez y no sé qué más. Finalmente, tras burlas e insistencias de Pedro y Pila, reconoció que la había invitado y que vendría con alguna otra amiga.
Nos perdemos, no me dejan escoger la música pues prefieren voces edulcoradas por máquinas. Echamos gasolina, nos tomamos algo en un bar de Ribadesella, preguntamos, nos perdemos y acabamos llegando casi a la hora de comer. Dejamos las cosas, nos repartimos las habitaciones y muertos de hambre nos volvemos al pueblo a encontrar un chigre donde nos comimos un cachopo digno de dioses terrenales.
Compramos comida para un regimiento y nos volvimos a última hora de la tarde a nuestro refugio con la idea de madrugar para hacer algo.
El viernes poca cosa, íbamos a bajar el sella en piragua pero alguno no consiguió conciliar el sueño debido a que otro roncaba como una fiera, quien tampoco madrugó. Al final Ulpi, por insomne, y yo, por héroe, dimos un paseo. Parajes verdes y solitarios, tiempo soleado, caminamos con las mascarillas en el bolsillo. Hablamos de series, cambios en el trabajo, chicas.
A la tarde y ya todos recompuestos tras unos espaguetis con tomate de lata y unas cervezas conocimos a la amiga de Ulpi, Nerea que vino acompañada de Carmen. Llegaron en una furgoneta Volkswagen Westfalia moderna bicolor. Carmen tatuada por brazos y cuello a simple vista y con un piercing de bola en la nariz llamó mi atención. Además de bonita y con estilo, se mostró como una chica simpática, inteligente y con una gran conversación. Una de las muchas cosas que resultó tener en común era que a ella como a mí nos gustaban las chicas.
Con Nerea, también simpática y de una belleza más clásica, se introdujeron al grupo siendo de gran compañía y provocando anécdotas memorables. Una era vegetariana y otra vegana y sólo teníamos en nuestras despensas lo que cualquier cazador con supermercados al alcance dispondría. Por lo que nuestras arterias agradecieron que en la parrillada del sábado pusiéramos verduras.
El mismo sábado íbamos a ir a hacer una ruta por los Picos de Europa pero amaneció con una niebla baja, densa y pegajosa. Decidimos tomar un café en un bar de Cabrales esperando que despejase. No fue el caso y aunque nuestras piernas se fueron sin ejercicio nuestras mandíbulas casi se nos desencajan con nuestras charlas y las conversaciones con los vecinos del pueblo. El buen humor salió ganando.
En el radar del móvil Nerea vio que hacía bueno hacia la costa y decidimos ir a pasar el día a la playa. Somos conocidos por nuestra capacidad de improvisación y nuestra vagancia a la hora de decidir. Ante una buena idea nos dejamos llevar.
De noche, ningún día nos apeteció salir de nuestro búnker. Veíamos alguna película en Netflix, una comedia, una de terror, una de Terminator. Mientras bebíamos o jugábamos a algo, o todo a la vez. En la del sábado nos quedamos en el jardín conversando ante un fuego improvisado y controlado. En algún momento pensamos que sería buena idea quemar a modo de hoguera de San Juan deseos o secretos escritos en papel.
Mientras me acercaba Miguel a casa de vuelta después de estos días de compartir amistad pensé en que los domingos están hechos para las despedidas. Las chicas se fueron en su furgoneta. Nerea y Ulpi siguen que si sí, que si no. Con Carmen seguimos compartiendo gustos y disgustos. Pedro se volvió a los calores de Madrid y Pila se volvió a León para continuar las vacaciones en compañía de su chica.
Le pregunté a Miguel si me dejaba poner alguna canción, se extrañó porque estábamos casi llegando pero dijo que sin problema. Rebusqué en Spotify, conecté el bluetooth y sonó Loquillo, la canción de Lichis y Rubén Pozo que llevaba escuchando todo el fin de semana en mi cabeza. A modo de expiación neuronal. La despedida de un héroe. Subí a casa, en mi mente las imágenes del fin de semana seguían dando vueltas junto con la canción y escribí esto.
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