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O el arte del encuentro fortuito


Ayer fue un día extenso. En actividades, información, detalles, sensaciones... Gran cantidad de intercambios humanos y animales.

En Arriondas, sobre todo, y en Ribadesella. En la primera, la mañana fue caótica y vital. Un lugar donde se concentran cientos de miles de personas en tan pocos metros cuadrados podría pasar de todo. Hay de todo. Lo que se ve y lo que no. En general, buen ambiente.

Fuimos a trabajar, desde las 8 de la mañana ya preparados. Metí la pata, vendí mi alma por falta de memoria y seguí trabajando en el medio de la tormenta de personas. Con el fusil al hombro, o cámara de vídeo si prefieres.

Como un profesional, apunté y disparé. Hice lo que me pidieron y probablemente, acerté en la mayoría de las decisiones. Pero son las pequeñas cosas las que me hacen dudar de mi capacidad y comprendo mi absoluta imperfección, pero no por ello hace menos mella en mí.

 Pongo mis ojos en todo, por deformación profesional para captar lo más interesante para la grabación. El punto de vista, contenido, composición, puntos de fuga, necesidades, tiempos, etc.

Y en una fiesta así, también, se me van los ojos a las peculiaridades de las personas más o menos borrachas, de distintas edades y condiciones. Obviamente hay muchas mujeres y chicas guapas, monas, atractivas, interesantes... por su forma de comportarse y desenvolverse. Un amplio abanico de estilos, edades, miradas, gestos, tatuajes, escotes, culos, piernas, sonrisas, gritos, bailes... Hoy en día, sobre todo las jóvenes, tienen por moda llevar shorts ultracortos donde se ve algo de nalga. Todo bien, para el calor y la comodidad. Pero no deja de sorprenderme y llegué a preguntarme, en un golpe de calor, que con todos esos trocitos que vi, juntándolos, a cuántos culos completos equivaldría.

De todas maneras, no pasan de anécdotas y momentos más o menos divertidos o interesantes dentro de todo el lío que supone estar con una cámara de 10 kilos (de peso) sobreviviendo e intentando no matar a nadie con ella, ni destrozar mi hombro. Salir ilesos y llevar a cabo el cometido encomendado.

Entre todas las personas me llamó la atención en un instante (mágico y radiante) una chica muy mona, atractiva, guapa. Destacaba por todo, pero podría resumirse por su sencillez sexi en medio de ese mar de gente. La vi pasar cerca, frente a mí. Nos cruzamos, en direcciones opuestas de un lado a otro de la calle. Y no sé cómo transformar en palabras esa sensación sin caer en la tentación, odiosa, de llamarlo flechazo. Quizá una alegría en un día triste.

Al rato mientras seguía grabando recursos del desfile volví a verla, esta vez parada a un lado de la calle, en primera fila. Castaña, pelo recogido, delgadita, bronceada. Vestida con un mono color verde militar. Seguí a lo mío tratando de concentrarme.

Seguí en la pelea, fui al puente donde mi compañera y amiga Noe me esperaba con el trípode para poder grabar, se peleó para tener en la escalera un punto donde poder pillar la salida de la competición de las piraguas desde en frente del cañón. Cientos, miles, tal vez millones de personas pasaban por la escalera. Empujando, apretando. Haciendo que el hueco que tenía se estrechase.

El cielo gris encapotado. Hacía calor y mucha humedad. Sudaba bastante como para parecer presentable. Aguantaba los empujones y comentarios lo mejor que podía, con mi mejor cara y mi mejor humor.

Y, en un instante, noté un aire fresco, limpio, como de alguien que acabase de salir de la ducha. Giré un poco y la chica bonita se puso a mi lado, pensé que bajaría por la escalera para acercarse al río, pero se quedó a la derecha de la cámara. Ahora llevaba unas gafas negras Rayban redondas, con su mono verde militar corto, pero no demasiado. Tenía algo de manga que le cubría un poco los hombros y abrochada casi hasta el cuello, aunque no totalmente cerrado. Con bonitas piernas que terminaban en unos playeros de bota Converse color gris, de esos de punta blanca. Al cuello vi una cinta roja, similar a la que llevábamos los de los medios de comunicación de la cual colgaba nuestra acreditación, pero en su lugar llevaba unas llaves. De compañera de los medios, pasé a imaginar que sería oriunda de Arriondas, que por eso estaba tan fresca y se movía sabiendo dónde estaba todo.

Sólo me atreví a decirle con el máximo respeto, trabándome un poco que cuando empezase la acción movería la cámara. Por advertirle y no chocar. Quería evitar molestarla. Me gustó su voz suave, tranquila respondiéndome que no había problema.

En el tiempo que estuvimos esperando se acercó una niña con su padre para hacer una foto a la salida del puente y como no veía la joven se ofreció a hacerle una foto, amable, agradable, simpática sin hacer grandes aspavientos sobre actuados...

Llegó más gente, se metieron entre ella y la visión del río, se tuvo que poner un poco más atrás pero no se alejó mucho de mí. Quiero pensar que no se encontró mal en esos instantes a mi lado. Haciendo fotos, escribiendo en su iphone... Observando, viviendo. ¿Sería muy obvio si pienso en una isla paradisíaca en medio del océano tempestuoso?

Egoístamente, me ayudó a hacer soportable el día.

En un momento, el pregón del sella en voz de Nacho Manzano, decía:

… / Mas si alguno tiene cerca, / una chavalina guapa, /que no la pierda de vista / ni deje de vigilarla; / y, si de veras le gusta, / comience ya a enamorarla, / porque es tradición que en Llovio, / al final de esta jornada, / cuando de las siete en punto / resuenen las campanadas, / ...

Y soñé un poco despierto. Algún comentario o conversación perfecta. Tal vez un concierto juntos en el Riverland. Mi imaginación me destruye, normalmente. Pero no me dejé llevar por ella, esta vez.

Grabé la salida, hice todos los planos que pude y llegó Noe. No volví a ver a la chica bonita del mono verde, se esfumó.

No entiendo que haya quien abuse de una mujer, una chica. Todas tienen una luz que hace que la vida sea soportable. Cada cual tenemos una frecuencia y la mía la captó a ella. Y que haya quien, más allá de enfermedades mentales, apague esa luz de manera salvaje me produce una sensación de hormiga indefensa...

Entonces no me animé a decirle más. Era una chica demasiado joven para mí, ella de unos veinte años y yo con mis casi treinta y cinco... Admirar y respetar, suerte de quien comparta con ella el tiempo. Tampoco era la mejor circunstancia, tanta gente apretando, con prisas y tensiones por el trabajo, trabándome, sin saber qué decir, las palabras ni el contenido... sudando sin parar.

No hay excusas, me faltó valentía o temeridad. Reconozco, ahora, que nada más debería importar.

Seguimos luchando todo el día, hasta las nueve de la noche que nos dieron permiso para volvernos a la base y de ahí para casa.

Cansado, con un regusto amargo. Por los errores profesionales y personales. Ese cansancio con el que eres incapaz de juntar neuronas y formular frases completas. Resumir los sentimientos o hacerlos palabras.

Sólo ha pasado un día. No sé cuánto seguirá viva en mi memoria. Procuro que la imaginación no me venza. Porque sé que ese encuentro fortuito no existe para nadie más. Ni siquiera para ella.



Javier Caramés Méndez
@javicarames


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