Calamaro en Metrópoli. Gijón.
Echo de menos a alguna gente. A alguna
persona más de lo que podría haber llegado a reconocer, imaginar, prever…
No pensaba que echaba tanto en falta a Andrés Calamaro hasta que lo vi en
concierto el otro día en Gijón. Volvió a despertar algo en mí. (Una extraña
sensación, como la de limpiar telarañas de mi ¿alma?).
Me sé todas sus canciones, las que cantó y
las que no. Me sorprendió con una versión al piano eléctrico de un tema
argentino que no supe reconocer (¿Quizá un tema de los Redonditos de Ricota?).
Había delante de mí una señora con la camiseta de la selección argentina de
fútbol que parecía conocerla. Debí preguntarle, pero estaba disfrutando.
Primer concierto (tan grande) que veo desde
casi primera fila. Me sentí conectado. Tal vez desde otro sitio más atrás
hubiera sido distinto. Había seguido el repertorio de otros conciertos, aun así
me sorprendió. Tampoco recuerdo el listado exacto pero dio en el clavo conmigo.
Sabía que Jorge Ilegal se sumaría a
algún tema. Imaginé el “Sin novia y sin reloj” que hubiera sido divertido. Pero
hicieron una jam tremenda, muy
inspirada y rockera (no sé si en conciertos anteriores la habían hecho de
manera similar pues no lo vi reflejado en ninguna crónica) y seguidamente el
clásico Canal 69. Sonaron redondos y
cuadrados a la vez. Rotundos y sutiles. Inspirados y centrados a la vez.
Hace diez días del concierto y todavía
resuenan sus canciones, su espíritu. Se me aparecen las imágenes en la mente y
recuerdo sus voces e instrumentos sin necesidad de aparatos móviles. Hice una
foto para el recuerdo en un momento que las luces del escenario me parecieron
propicias. Saqué el móvil e hice dos fotos, por si las moscas, de toda la
banda.
Abrieron con Alta suciedad, después No va
más, después Verdades afiladas
creo…
Me parece que hasta que no pasaron un puñado
de canciones Calamaro no se sintió
cómodo (se suele usar el primer o primeros temas para engrasar las piezas).
Pero estuvieron muy arriba pese a entrar al concierto con el bajo desenchufado,
donde el roadie (o pipa) tardó un
instante en conectarlo mientras Martín
(a la batería) y Julián (a la
guitarra) mantenían el pulso de entrada ante la ovación que los saludaba y
recibía. Gajes del oficio. Profesionalidad y ataque. Y atacaron el concierto.
Al rato, el frontman, ya empezó a gustarse. Parapetado tras sus teclados, con
sus letras (y notas) en atriles; en lucha eterna con el micrófono ya fuese en
mano, en el pie de micro o apoyado sobre el teclado mientras tocaba las teclas
blancas y negras o el aparato con el que soltaba audios, voces, saxofones…
Éstos últimos, aparentemente descontextualizados, pero que despertaban interés
y asombro, curiosidad cuanto menos.
Un festival a cuatro euros es un lugar donde
se reúne un público muy variopinto, que pueden ir por ir, o ir sabiendo lo que
van a encontrar. El (no siempre) simple hecho de tener los oídos y mente
abiertos, ayudan a entender y disfrutar. Se remueve algo cuando “ves” (como
sinónimo de apreciar) a alguien fuera del estereotipo, fuera de toda
normalización. Dejar su alma. Como “pintar un cuadro cada noche y quemarlo
después”, al terminar.
No estoy tan loco, creo. Me intento centrar
en los puntos fuertes (positivos). Prefiero el lado amable de la vida (de las
cosas) … Claro que pudo haber errado en algo, pero es que ¡nadie es perfecto!
No busques perfección ¡No existe!
Por mi parte, de espectador humano, llevaba
un tiempo oxidado. Sin ganas de ir a ningún lado, sobretodo tan lleno de gente como
presuponía la explanada del festival. Preparándome, vi el domingo a los Tiki Phantoms, muy divertidos. El lunes
a Ximena Sariñana, tremenda banda de
melodías y armonías pegadizas, lindas canciones, aunque poca gente en el
asfalto disfrutándolas…
El martes Calamaro.
Un par de horas antes ya estábamos preparados. Dudé en ir, pero acerté
callándome mis miedos.
A la cuarta o quinta canción ya empezó a
comentar, a moverse de una manera, desde mi punto de vista, más cómoda. Cada
músico tenía su lugar en el escenario y en las canciones, su sonido. Parecían
cómodos juntos, rock sin estridencias. (No se notaban las costuras si es que
las hubiera). Martín Bruhn se mueve,
siente cada golpe de baqueta, aparentemente sencillo pero rotundo (recuerdo un
gesto de Jorge Ilegal durante la jam
no de aprobación simplemente, sino que era gesto de “¡cojonudo!). Mariano Domínguez al bajo con su dominio
de un pulso certero. Germán Wiedemer dominante
de armonías con sus teclas, se entienden y se respetan como goodfellas (se aprecia desde fuera). Julián Kanevsky aportando la guitarra de
rock y blues. (Al tiempo subió a las redes – Instagram- un video de uno de sus
solos durante el concierto. Gustándose y gustando. Sutil y certero). Detalles y
reminiscencias de todo el bagaje que atesoran (horas de vuelo, ¿vuelo poético
rockero?).
Andrés pone el canto que le sale por los poros,
pone los acentos en las canciones y los susurros… calma las heridas o las abre.
Maneja el timón de la embarcación desde su teclado y sus loops (¿es muy obvio compararlo con Jack Sparrow y su brújula extraña que lo lleva dónde él quiere sin
que los demás conozcan el destino aparente?). No sé si hay algo más “de verdad”
que el hecho de dejar el alma en cada instante. Estar inspirado y crear.
Algunos amigos o compañeros vieron el
concierto, pero no sintieron lo mismo, se fijaron en otros asuntos más físicos
o aparentes. ¿Más superfluos? Siempre que me dicen algo similar resuena en mi
cabeza Sucio y desprolijo.
Llevo casi veinte años escuchándole y leyéndole.
Tengo claro que no soy objetivo. Que su compañía siempre me ha servido de todas
las maneras posibles. Pero lo he visto más veces en directo (distintas
formaciones y situaciones) y esta vez, no porque crea haber cruzado una mirada
fija justo cuando esbozó una sonrisa, entrecerrase los ojos entornando el
cabeza a su derecha, sentado al piano. No por esa conexión fantasiosa. Sino
porque conecté con todo el espectáculo. Él, su banda, sus canciones… Pese a sus
versos tintados de sportinguismo
(léase la broma pues “no pertenezco a ningún ismo”). Sus pequeñas anécdotas sobre Julián (imagino Infante)
vomitando en la playa. O su rubia con perro y puñales clavados. Su anterior
concierto en Gijón sin voz y con pinchazo.
Estuvieron dos horas y cuarto. Temazo tras
temazo. Inspirados. Conectados.
El público creo que estuvo entregado. Delante
había, también, un par de argentinos fumeteando unos porros de maría. Tal vez
fue el olor tan rico que le llegó al escenario. Boté, canté. Me desperté de mi
estado zombie – vegetativo.
Alta
suciedad, No va más, Verdades afiladas, La parte de adelante, Las
oportunidades, Loco y Corte de huracán, Falso LV, Los aviones, Algún lugar
encontraré, All you need is pop, La milonga del marinero y el capitán, A los
ojos, Estadio azteca, Jam + Canal 69, Versos a Gijón, My mafia, Tránsito lento,
Cuarteles de invierno, Cuando no estás, Los chicos, Tuyo siempre, Mi
enfermedad, Paloma, Flaca, Me estás atrapando otra vez… No recuerdo el orden, si falta o sobra
alguna, pero disfruté con todas y cada una de las sílabas y acordes…
Infinitamente me llenó My mafia. Una canción muy personal con la que quizá no conecté en
el disco pero que en directo vuela. Esa intro
sensible con la strato negra
brillante en manos de Julián (aprecié
al pipa sacándole brillo con una gamuza a todas las guitarras entre cambio y
cambio, buen detalle). La entonación y el cante; el sentimiento del salmón en
ese tema fue como estar en presencia de lo más extraordinario que te puedas
imaginar, tres o cuatro minutos que fueron la gloria, entrando la banda poco a
poco hasta el éxtasis. Creo que ahí me ganaron por goleada.
Entiendo, más bien acepto las críticas como
los culos. Que cada cual tiene el suyo más o menos en forma, más o menos
limpio.
Lo noté empezar titubeante de puertas (pecho
y cabeza) adentro, pero hacia fuera de las tablas nos tenía en sus “manos”. Lo
abrazamos, lo saludamos y nos metimos de lleno. Se dejó llevar y se fue
gustando, ayudado por el recuerdo eterno de Camarón
de la Isla dejó su corazón salir por la garganta. En uno de sus últimos
temas, tal vez Crímenes perfectos,
dijo algo como “no puedo más, lo he dado
todo” queriendo dar una nota vocal que quedó en silencio… tomó aire, sacó
fuerzas de donde pudo y rugió el león con tinta de calamar. Un híbrido con
escamas y branquias cual salmón.
Me curó las heridas y me las abrió. Podríamos
haber seguido otras dos horas y cuarto más pero el mito es persona. Carne y
hueso y sangre. Por lo que no entiendo ciertas críticas, como seres humanos
empatizamos y sentimos. Interpretan para nosotros y sólo hay que dejarse llevar
para lograr alcanzar ese pedazo de verdad que nos están mostrando.
A mí me resultó fácil, tal vez debido a que
también pusieron de su parte. Todo el ánimo de agradar, de gustar y gustarse. Disfrutar
para que no se convierta en el mero hecho de ir a la oficina y fichar a ver qué
pasa.
Al día siguiente vi una pequeña entrevista
que le hicieron en metropolitv antes
de saltar al cuadrilátero (¿el escenario era cuadrado no?) en la que le
preguntaba por qué después de tanto hecho… seguía con ganas de hacer canciones
y subirse a un escenario (mejor preguntado ante la cámara) y respondía: porque nos encanta la música. Y se
nota. Lo entiende como el arte que es, ofrece todo lo que puede y como puede,
sólo hay que acudir a la cita desprejuiciados.
Antes de los bises llegó hasta mi costado izquierdo
irrumpiendo una belleza de mujer alta, flaca y castaña con un chico a su lado
más temeroso y también atractivo pero con una mirada con la que pedía de alguna
manera disculpas. Pues bien, la chica estuvo dos o tres canciones gritando: Paloma, Paloma, Paloma… Se esfumaron de
mi lado, no sé hacia dónde, y al rato ya entonaron desde el escenario la
canción en cuestión.
Tampoco deja de sorprenderme la cantidad de
bultos (personas) que graba (o hace stories)
durante todo el concierto. Les saldría mi voz en sus grabaciones fijo. Traté de
entonar, ya siento si se me fue la voz o la afinación. Obvio.
Me fui con las pilas cargadas tras escucharlo
a él y su cuadrilla ejecutando una buena faena. Reconocí a Edu Galán entre bambalinas. También a Olga. Me gustó verlo bien arropado. Tan amigable con Jorjón, incluso.
Leí y leo sus palabras en las redes
comentando el pre y post concierto. Sus sensaciones aumentan mi capacidad de
comprensión de sus situaciones (¡Qué mal me explico!). Vi, al llegar a casa, en
su Instagram una historia que había
captado en directo (supongo que Olga)
de la jam con Jorge Ilegal y ¡Qué disfrute! ¡Qué desenvoltura!
“Pintar un cuadro y quemarlo”. Mostrar verdad.
Rock. Volver a pintar otro cuadro y quemarlo. Juntar a la cuadrilla, festejar
con camaradas de cada región. Brindar por la vida, por los presentes y los
ausentes. Ganar o perder. Pero siempre pelear por la victoria. La gloria es la
memoria eterna de un momento único e irrepetible. Lágrimas bajo la ausente lluvia,
lágrimas que no se borran.
(Personalmente gracias) He vuelto a abrir
orejas y mente. Limpiando el alma de telarañas y aunque la vida es dura y el
simple hecho de sobrevivir se hace cada vez más farragoso. Con su ayuda se
soportan los latigazos de los dueños del tiempo. Música, cine y literatura son
para mí la red de seguridad (¡Ya ves tú qué seguridad!). Un acróbata más
caminando sobre la cuerda en este circo vital (¡Qué mal me explico!).
En su show sólo hay que dejarse llevar. En verdad
es de verdad. No se esconde tras fuegos de artificio ni pantallas gigantes,
luces y humo…
Estoy de acuerdo. Lo que ves es lo que es, o al revés.
Un saludo y un abrazo (muy) grande.
Javier Caramés Méndez
@javicarames
11/07/2019
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